A las ocho y media de la mañana, siempre es a esa hora, me asomo a la ventana y veo a la luna. el sol ya empieza a despertar, pero allì todavía se mantiene orgullosa la luna de día. Me da la impresión de que está ahí por algo, tal vez para comenzar el día con un buen deseo, o para alargar los buenos sueños de la noche.
Después corro la cortina y me voy a preparar un café. Solo, sin azúcar. Nunca entenderé la gente que infecta el café de azúcar. Muy caliente. A sorbos. Como si no quisiera que se acabase.
Más tarde salgo de casa.
Cabeza alta. Mirada al frente. Y sonrisa.
Todos los días me cruzo con Fermín. Y todos los días nos saludamos de la misma manera: guiñándonos el ojo derecho.
El coche cada día lo tengo en un sitio diferente. Hoy está cerca, en la primera calle a la izquierda.
Antes de poner en marcha el motor, pongo la radio. Música de los ochenta. No muy alta.
Me voy.
Por la noche, con la luna en lo alto, a las diez y media, siempre es a esa hora, antes de entrar a casa levanto la mirada y sonrío. O doy gracias, no lo sé.
2 comentarios:
Gracias.
Por brindarnos un nuevo dia en el que descubrir las mismas cosas de siempre. Por verlas igualmente, da igual si por rutina, o descubrirlas como algo diferente.
Gracias.
Hay que ser agradecido, aunque solo sea con nosotros mismos.
Mildolores: Has dado en el clavo. Y gracias a ti, Mildo!!
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